Historia de un texto
Por Ireri
La Castañeda llegó a mí (¿o yo llegué a ella?) de manera fortuita. Ocurrió en plena pandemia, durante una videollamada grupal del área de investigación del proyecto, un área que, dicho sea de paso, no me atraía particularmente. En ese entonces yo participaba únicamente en la traducción colectiva de Marco Cavallo, aunque esto no me impedía estar al tanto de las dificultades productivas que atravesaba el área gemela. Decidí estar presente, pues, en aquella reunión, en donde acordamos hacer una lista de libros a partir de los cuales podríamos crear algún tipo de texto. Elegí La Castañeda de Cristina Rivera Garza, impulsada por una mezcla de curiosidad, inquietud y nacionalismo.
Antes de sumergirme en la narración investigué un poco acerca del lugar, pues –lo confieso con verecundia– mis conocimientos eran prácticamente nulos. La red me proporcionó varios artículos, tesis y videos que fueron guías vitales en los primeros pasos del camino. A manera de “ejercicio de calentamiento”, elaboré una especie de ficha con los datos introductorios mínimos y algunas fotografías, de tal manera que, cuando el libro llegó a mis manos, estaba lista para la inmersión.
Fue una lectura sencilla que me tomó relativamente poco tiempo. También fue dolorosa. Reconocía mi México, lo veía de cuerpo entero, con sus falacias, absurdos y contradicciones. Identificaba en La Castañeda una reproducción en miniatura del México de principios del siglo XX y, en muchos aspectos, del México actual.
No tenía un plan de escritura ni un formato definido, simplemente comencé a escribir. Al final de cada capítulo tomaba mi estilete y mi tablilla de arcilla (ahora lo llaman teclado y hoja de Word en blanco) e iniciaba la batalla. ¡Qué difícil transmitir en pocas líneas todo lo que de La Castañeda empezaba a aprehender! No había nada que no fuera relevante para mí y, por ello, el tener que descartar información me hizo sufrir intensamente, sin mencionar el trabajo de redacción: ese arte delicado e inasible de tejer las ideas con sencillez, claridad, coherencia y precisión.
Tuvo que ser un texto “por entregas” porque no lo terminé en la fecha acordada y, para no quedar mal, lo fui subiendo por partes a nuestra carpeta de Drive. Unos días después de haber compartido la primera parte, Mariana respondió con un mensaje en Slack que decía que le había parecido muy interesante y que ya esperaba la siguiente: breve pero significativo recado que conjuró las tribulaciones de mis batallas.
Cuando tuve el texto completo lo reconocí como resumen y así lo etiqueté. Mariana terminó de leerlo, aportando, una vez más, generosas observaciones y reflexiones. Eugenio, por su parte, escribió algunos comentarios directamente en el archivo, pero el espacio era reducido para la extensión de sus notas y decidió hacer un documento aparte. Ahí me propuso convertirlo en reseña, pensando en que nos serviría como un ejercicio metodológico.
Quisiera mencionar que, en todo este proceso, advertí una evolución en el modo de revisar de Eugenio: al principio usaba las marcas básicas de un PDF (resaltado en amarillo y nota adhesiva); luego descubrí que había encontrado la manera de reproducir en los archivos electrónicos aquellos garabatos incomprensibles que todavía adornan los trabajos impresos de mi época de estudiante. Quien entra en contacto con las huellas de lectura de Eugenio debe tener presente que muy pocas veces se dirigen al autor: él establece un diálogo directo, personalísimo, con las palabras que tiene ante sus ojos a través de lo que ahora llamo il codice segreto santangeliano.
El área de investigación comenzó a dar frutos, por lo que organizamos una sesión virtual para exponer nuestros avances. A la cita acudimos solamente Eugenio, Mariana y yo, y durante casi dos horas giramos en torno a La Castañeda, reflexionando, cuestionando, dialogando. Recuerdo que esa tarde llovía a cántaros y al hablar no lograba escucharme porque las gotas chocaban estrepitosamente contra la ventana, mientras el cielo tronaba con furor. Era como si, desde otro lugar, muchas voces hubieran querido arrebatarme la palabra para expresar la rabia y el dolor contenidos. Fue la última conversación que tuvimos en el canal de Investigación de Skype.
Después de aquella reunión mis circunstancias cambiaron, yo me alejé y pasó mucho tiempo para que volviera a retomar el texto. El desconcierto de verlo publicado en el sitio del proyecto me llevó a desempolvarlo y pude releerlo como si no fuera mío, lo que me permitió observar y corregir las faltas con mayor lucidez. Intenté, en lo posible, aclarar las dudas de mis lectores (muchas de las cuales eran mías también), mejorando la redacción de algunos párrafos y agregando información puntual, así como una breve valoración personal.
Con mi propuesta de reseña y tras varios meses de ausencia, me conecté a Slack para subir el archivo sin saber que sería un motivo de reencuentro con el proyecto y mis compañeros. Eugenio me recordó la sugerencia de trabajar las metodologías y, aunque al principio me pareció buena idea, no estaba convencida de que las modificaciones fueran lo suficientemente significativas como para hacer una comparación consistente. Tampoco me agradaba etiquetar mi texto. ¿Era un resumen? ¿Es una reseña? No lo sé. Para mí sigue siendo solo una lectura: mi lectura de La Castañeda. Y si mi lectura invita a la lectura, del libro o del tema que aborda, habré llegado a mi destino, acompañada o no de las clasificaciones formales.
Es curioso cómo las andanzas de un escrito me trajeron hasta aquí. Hoy, estilete en mano, grabo estos signos en mi tablilla de arcilla, no para describir la metodología ni los detalles del proceso de transformación resumen-reseña, sino para contar la historia del nacimiento de un texto a partir de otro, con la intención de compartir una pequeña experiencia de aprendizaje –que para mí es enorme– tan inesperada como valiosa.