Marco Cavallo: el juego serio del hacer juntos
Por Ireri
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En la Italia de los años setenta, los cambios sociales y políticos motivan a la sociedad a hacerse nuevas preguntas y a intentar resolver los problemas de manera distinta. Es un periodo de efervescencia creativa que surge de la necesidad de encontrar una forma más genuina y natural de interacción colectiva sin restricciones. Propuestas gráficas, radiofónicas y literarias muestran la inconformidad social y la urgencia de una transformación radical.
Giuliano Scabia, profesor de la Universidad de Bolonia, es uno de los artífices de esta nueva revolución desde principios de los sesenta. La invitación que recibe de Franco Basaglia, director del Hospital Psiquiátrico de San Giovanni en Trieste, es una oportunidad de experimentar, de hacer a un lado los modelos del teatro tradicional para probar métodos menos rígidos que permitan construir un teatro alternativo de trabajo colectivo. Scabia, como hombre de teatro, sabe que pueden obtenerse resultados positivos de su disciplina si se aborda desde otra perspectiva.
En el libro Marco Cavallo. Da un ospedale psichiatrico la vera storia che ha cambiato il modo di essere del teatro e della cura, Scabia narra en forma de diario los detalles de la aventura, mostrando la complejidad del proyecto, dada su imprevisibilidad. El objetivo, aunque no bien definido, es reinsertar a los internos en la sociedad que los rechaza, tratando de abrir los canales de comunicación –cerrados durante mucho tiempo a causa de la represión y los prejuicios sociales–, primero con ellos mismos, después con las personas cercanas y, finalmente, con todos los demás.
Los primeros en emprender este nuevo y estimulante desafío son el pintor y escultor Vittorio Basaglia, el pintor Federico Velludo y el dramaturgo, quienes se hacen llamar “artistas”. Los tres están convencidos de que su contribución no tiene finalidades terapéuticas; solo esperan compartir sus conocimientos y habilidades, y desarrollar un trabajo lo más productivo y congruente posible.
El proyecto de trabajo, aunque incierto, no es arbitrario o improvisado, sino bien trazado y planificado. Se presenta en el llamado “esquema vacío” que Scabia describe como “un canovaccio, una ‘comedia’ de la que están escritos solamente los títulos de las escenas o momentos esenciales”.[1] Es un modelo libre, flexible, que se va llenando colectivamente día tras día de acuerdo con el interés, las necesidades y la evolución de las actividades.
El esquema inicial tiene dos puntos a seguir: la construcción de un objeto grande y la elaboración de material informativo diverso. Según Scabia, la interacción con objetos grandes permitiría a los pacientes “medirse a sí mismos en una dimensión inusitada y sorprendente”.[2] Por otra parte, es importante que la información sea siempre ágil y puntual para mantener abierta la comunicación con todo el hospital.
El grupo de colaboradores es consciente de las dificultades que tendrán que enfrentar, que no son pocas. La socióloga Mariagrazia Giannichedda, por ejemplo, advierte que el proyecto es susceptible de ser visto como un juego de locos. Por lo tanto, es indispensable crear un espacio lúdico donde el hacer juntos se vuelva una actividad motivante que se tome con seriedad. Las experiencias en otro hospital revelaron reticencias relacionadas con la indiferencia y la desconfianza, pero, principalmente, con el miedo a no saber hacer. No son, pues, los obstáculos causados por la enfermedad los que frenan la participación, sino la inseguridad provocada por el aislamiento y el vivir una vida miserable y tediosa. Los internos también se niegan a hacer para evitar sentimientos negativos, como la vergüenza y la frustración, en caso de cometer algún “error”. Sin embargo, lo que la comunidad hospitalaria está por descubrir es que en el laboratorio abierto el error tiene un inmenso valor: es la oportunidad de reflexionar para obtener, no un resultado perfecto, sino uno sincero y auténtico.
Los recursos materiales disponibles son elementales, condición que, contraria al pensamiento consumista, es una ventaja que hace más rica la experiencia. Todos los instrumentos de trabajo son simples y se encuentran a la mano, si se piensa no solo en papel, plumones y tela, sino en los que cada uno lleva consigo, como las manos, la voz o la imaginación. Cuando desaparece el miedo a ensuciarse, materiales y cuerpo se convierten en uno solo para crear cosas extraordinarias.
Las tres salas que albergaban la división P se abren para ser parte de la transformación del teatro y de los primeros cambios en las instituciones psiquiátricas. En la división, ahora denominada laboratorio P, todo está listo para recibir a quien esté interesado.
El inicio es modesto, con pocos visitantes y algunos bocetos y, al mismo tiempo, desgarrador, cuando el primer recorrido por las divisiones revela a los “artistas” las terribles condiciones del hospital: pobreza, deterioro, soledad. En los días sucesivos, a pesar del escepticismo y el rechazo, pacientes, doctores y enfermeros de todas las divisiones aceptan la invitación del volante, y se acercan para conocer el laboratorio y empezar a trabajar.
Entre todos aprueban la sugerencia de que el objeto grande sea un caballo como el que, meses atrás, andaba de arriba abajo en el hospital jalando la carreta con la ropa limpia. Su construcción comienza de inmediato y, en pocos días, el gran Marco Cavallo se vuelve un miembro imprescindible del laboratorio, “un tótem alrededor del cual los enfermos se reunían con los ‘artistas’ y los enfermeros”,[3] símbolo de la lucha que estaba surgiendo.
Las actividades del P resultan un inesperado desafío; a “sanos” y enfermos les cuesta trabajo expresarse, romper las cadenas de la represión, inevitablemente oxidadas. El experimento evidencia la pérdida progresiva de las capacidades lúdicas, que inició probablemente con la conversión en un “adulto responsable”, tarea que requiere todas nuestras energías. Tales capacidades están latentes en algún lugar de nuestro cerebro en espera de los estímulos adecuados que despierten la inventiva y la curiosidad.
Aquellos que entran en la entusiasta atmósfera del P encuentran un primer estímulo en el dibujo libre. Algunos no han dibujado nunca o hace mucho que no lo hacen, de manera que, incluso al tomar el plumón, descubren cosas nuevas: otros movimientos del cuerpo o la materialidad del color. Las personalidades comienzan a aflorar: unos pintan por iniciativa propia, a otros se les tiene que convencer un poco –nunca forzar– y hay quienes solamente quieren mirar (también esto es un modo de expresión).
La liberación está en curso. Los internos manifiestan “la propia autonomía, la propia voluntad responsable de participación”.[4] Pedazos de papel de diferentes tamaños se llenan de trazos y pinceladas con verdaderas historias por contar; texto e imagen se funden para crear grandes libros; pequeñas obras se representan, también con los títeres que empiezan a nacer. El títere es un potente instrumento de acercamiento, especialmente si la persona que lo mueve no está escondida detrás de un teatrino. Caminar con el títere en la mano significa establecer una relación indirecta con los espectadores –como diciendo: “soy y no soy yo”–, aunque profundamente intensa.
La comunicación es continua, no solo en el laboratorio P, sino en todo el hospital. Con el recorrido por las divisiones se llevan las noticias del día (lo que se hizo y se inventó en el P) y se distribuyen los volantes. Es una parte importante de la jornada, “un momento intenso de comunicación, y también de diversión y representación”.[5]
Pero el experimento no se dirige únicamente a los internos. La presencia de los enfermeros y su participación son indispensables ya que, por un lado, ayudan a los colaboradores a entender el estado de los pacientes en general, así como los casos particulares y, por el otro, tienen la posibilidad de quitarse la pesada coraza que cargan como humanos y como trabajadores sometidos a penosas condiciones laborales.
El proyecto sigue adelante con óptimos resultados. Médicos, enfermeros y muchas otras personas –gran parte de las cuales no pertenece ni siquiera al hospital– se integran para ser partícipes de la metamorfosis. El laboratorio se transforma en un espacio diferente, inventado, en donde la expresión individual se vuelve expresión colectiva. Abandonar la soledad para realizar un trabajo grupal es, para muchos, una novedad gratificante.
En esta atmósfera de libertad, cada uno encuentra el medio ideal para expresarse y darse a entender a través de un lenguaje incontaminado, alejado de los estereotipos y las repeticiones. Preguntas o sugerencias de los “artistas” provocan que de cualquier figura broten dibujos más concretos. Poco a poco se percibe el desbloqueo de los pacientes más graves, por ejemplo, cuando muestran orgullosos sus pinturas o se abren al mundo por medio del canto. Una actividad lleva a la otra, espontáneamente y con fluidez; del dibujo nace una historia, que después será contada o dramatizada, cantada o bailada. Todos tienen algo que decir y colaboran con una estrofa, un sonido, una mirada: intervenciones inestimables en la “dilatación de la idea de teatro y su redescubrimiento como totalidad de la expresión”.[6] La dinámica teatral crece de tal modo que es necesario colocar una tarima, la cual, en poco tiempo, se vuelve un lugar central, poderoso, que convoca y reúne.
En el P el diálogo es cada vez más abierto y satisfactorio en un ambiente de igualdad. El aire que ahí se respira es armonioso y unificador porque todos participan libremente de acuerdo con sus posibilidades, pero también, y principalmente, porque se despierta la capacidad de escuchar, aletargada con los años. Es pertinente preguntarse cuál sería el resultado de un laboratorio abierto como el P si uno de los canales de comunicación primarios estuviera cerrado o medio cerrado. Scabia considera que el no escuchar es una imperceptible forma de violencia que debe evitarse totalmente. Escuchar quiere decir estar genuinamente interesados en todo lo que se expresa “para escuchar lo que el otro dice, no para escucharnos en él”.[7]
Con el paso del tiempo se presentan situaciones difíciles que hay que superar, relacionadas con las labores individuales y grupales. Ambas implican particulares desencuentros y malentendidos que, no obstante, después de ser aclarados, enriquecen el proceso. Ejemplo de ello es el rechazo de un interno que no está de acuerdo con lo que se está haciendo y destruye material del laboratorio. El suceso revela serios problemas que deben ser resueltos, entre ellos, el peligro de la exclusión al interior del P, ya que muchos están enojados y se niegan a dialogar con el transgresor.
Después de dos meses de fecundo trabajo, el adiós al laboratorio P se acerca y Marco Cavallo recibe los últimos retoques. Su gran panza azul está llena de sueños y sus patas, largas y resistentes, están listas para atravesar la puerta principal del hospital. La inminente salida provoca fuertes discusiones en torno a su significado y a las probables repercusiones; aun así, el caballo de madera y papel maché sale porque su mensaje ya ha traspasado todos los muros. Los preparativos generan emoción, dudas, alegría, desconfianza. Al final, la salida resulta una experiencia única, inolvidable, tanto para lo comunidad del hospital como para los colaboradores. Esa mañana las calles de Trieste atestiguan, quizá sin saberlo, el recorrido que marcará un nuevo camino en la vida del teatro y de los hospitales psiquiátricos.
Desde su salida en el invierno de 1973, Marco Cavallo se convirtió en un punto de referencia para los apasionados del teatro y la salud mental. Franco Basaglia, Giuliano Scabia y todos sus compañeros decidieron pasar de la crítica pasiva a la acción creativa con el fin de romper los esquemas rígidos y el silencio impuesto, estimulando el nacimiento de nuevos modelos de pensamiento.
El complejo proceso creativo y material que tuvo lugar en el laboratorio P logró modificar el decadente sistema hospitalario, y permitió a los participantes redescubrir la libertad de expresión oral, escrita y gráfica, individual y grupal. El proyecto tuvo éxito gracias a las actividades propuestas, que generaron a su vez muchas otras; a la flexibilidad y conciencia con las que se desarrollaron; a la voluntad de actuar para tener mejores condiciones de vida.
Marco Cavallo es una denuncia del deplorable estado del hospital psiquiátrico de Trieste y de muchos otros en Italia y el mundo, así como un ejemplo del efecto positivo del teatro participativo, enfocado en el intercambio activo y constante de emociones y experiencias entre los que representan y los que escuchan (en el más amplio sentido de la palabra).
Es importante mencionar que el experimento de Scabia evidencia un problema que no afecta únicamente a los pacientes de un hospital psiquiátrico, sino a la sociedad en general. El hombre moderno tiende a descuidar el diálogo consigo mismo y con el mundo que lo rodea. Ha olvidado el uso lúdico de su cuerpo, agobiado por múltiples responsabilidades y obligaciones, casi siempre de tipo económico. La unión natural entre mente, alma y cuerpo, particularmente poderosa durante la infancia, se rompe bajo la fuerza de las exigencias sociales y los patrones de conducta impuestos, cada vez más intolerantes y absurdos. Así pues, hay mucho que aprender de este excepcional libro, en donde se confirma que la posibilidad de cambiar está siempre disponible.
Marco Cavallo es, en fin, el descubrimiento de la libertad individual y colectiva, la restitución de la esencia humana, del respeto, la convivencia, la pluralidad. Un juego serio que lucha contra una realidad inadmisible, restaurando la comunicación perdida, la confianza en la propia autonomía y el valor de la expresión como respuesta a la exclusión y al olvido.
[1] Giuliano Scabia, Marco Cavallo. Da un ospedale psichiatrico la vera storia che ha cambiato il modo di essere del teatro e della cura, p. 201. La traducción de todas las citas es mía.
[2] Ibidem, p. 26.
[3] Roberto di Monticelli, “Un cavallo azzurro per liberarli dal male. Importante esperimento all’ospedale psichiatrico di Trieste”, Il Giorno.
[4] Umberto Eco, “Un messaggio chiamato Cavallo”, Corriere della Sera.
[5] G. Scabia, op. cit., p. 35.
[6] Lodovico Mamprin, “A colloquio con Scabia”, Sipario.
[7] G. Scabia, op. cit., p. 137.
Bibliografía
De Monticelli, Roberto, “Un cavallo azzurro per liberarli dal male. Importante esperimento all’ospedale psichiatrico di Trieste”, Il Giorno, 28 febbraio 1973.
Eco, Umberto, “Un messaggio chiamato Cavallo”, Corriere della Sera, 6 luglio 1976.
Mamprin, Lodovico, “A colloquio con Scabia”, Sipario, Núm. 323, aprile 1973.
Scabia, Giuliano, Marco Cavallo. Da un ospedale psichiatrico la vera storia che ha cambiato il modo di essere del teatro e della cura, riedizione a cura di Elisa Frisaldi, Meran/Merano, alpha beta Verlag, 2011.